jueves, 28 de enero de 2010
ARTÍCULO.” LA MALEDICENCIA ANALIZADA POR EL EMINENTE FILOSOFO JOSÉ INGENIEROS”.
IMAGEN:MALEDICENCIA FORZOSA...
"SOLAMENTE LOS COBARDES O LOS VERDADERAMENTE INTELIGENTES SUELEN MALDECIR LAS ADVERSAS CIRCUNSTANCIAS".MEGF.(JUEVES 28 DE ENERO DE 2010).
ARTÍCULO.” LA MALEDICENCIA ANALIZADA POR EL EMINENTE FILOSOFO JOSÉ INGENIEROS”.
POR PROF. DR. MERVY ENRIQUE GONZÁLEZ FUENMAYOR.
MARACAIBO-ESTADO ZULIA-REPÚBLICA DE VENEZUELA-AMÉRICA DEL SUR.
REDACTADO Y PUBLICADO EN LA RED<. JUEVES 28 DEENERO DE 2010.
Antes de trascribir las siguientes sabias, esclarecidas y útiles reflexiones del insigne erudito José Ingenieros, con la licencia de mis lectores, reproduzco de inmediato algunas reflexiones de mi autoría, de reciente data, que tienen que ver con la mentira, la hipocresía, la maledicencia y el doble discurso
“UTILIZAR UN DOBLE DISCURSO: ES EL CONSEJO DE LA PRESENTE SOCIEDAD DE HIPOCRITAS”.
“Es harto difícil conservar la objetividad, autenticidad e integridad. La causa radica en el frecuente, rutinario y casi obligatorio uso del doble discurso. Se maneja un discurso para el público, para la gradería, para el escenario, para quienes nos escuchan, en cambio reservamos el discurso que se aproxima ciento por ciento a la realidad, "para un grupo selecto de nuestro entorno" entre los cuales se encuentran nuestros familiares, nuestros amigos y por qué no decirlo "nuestros compinches o cómplices".
De reciente data es la anécdota que con el permiso de mis lectores contaré de seguidas-.Me encontraba en una entidad bancaria, cuando al ver uno de mis antiguos discípulos, luego de saludarlo, trate de provocar una conversación de gran importancia para los universitarios del Estado Zulia y muy específicamente de mi universidad, La Universidad del Zulia. El tema en cuestión ,vinculado con la remoción de uno de los miembros de las principales cuatro autoridades universitarias, específicamente el secretario de la universidad, en virtud de una decisión dictada por el máximo tribunal venezolano, el Tribunal Supremo de Justicia, que se fundamentó en algunos "incidentes" "errores u omisiones de tipo electoral", le causó prurito a mí ex alumno y colega, quien con desparpajo, para mí hasta entonces desconocido en el mes replicó diciendo que bajara el tono de mi voz, pues "los trapitos sucios los lavábamos en casa " y que la situación de esos "errores, omisiones e incidentes" eran más comunes de lo que uno pensaba dentro de la universidad. Hay que decir que mi interlocutor actualmente no solamente es empleado de la universidad, sino que pertenece a su "ilustre equipo de juristas que se encargan de representarla ante la comunidad y los terceros". Es decir que lo que debería ser excepcional, constituye la regla, y provisto y escuchado, los miembros de la comunidad universitaria miran a otro lado cuando ocurren estas cosas os se colocan un pañuelo en la nariz para notas y el nauseabundo olor de la presunta corrupción, presuntos delitos electorales, presuntos delitos de malversación de fondos y peculado de uso, cuando éstos presuntamente ocurren dentro del campus universitario o en su derredor. Causa gran tristeza que los universitarios que está presunta realidad se concrete que los espacios "de la gran búsqueda de la verdad" en la que se ha concedido históricamente la universidad. De allí que me dispuse a escribir el presente artículo, para aseverar que si esa presunta realidad ha invadido los espacios de quienes la sociedad considera la élite de sus miembros, los cuales por esta misma condición, tienen cultura, conocimiento y discernimiento para poder seleccionar el camino de la honradez, de la verdad, de la justicia, de la decencia etc. lo que los obliga a una actuación apegada a los valores supremos y también más elementales de la moralidad, de la probidad, de la ética y de la praxis de una justicia a toda prueba.
Deseo aclarar que tal es la primera sentencia dictada por el máximo tribunal de justicia en Venezuela, por intermedio de la cual se colocan al descubierto un conjunto de presuntas irregularidades, que a su vez generaron la desproclamación del secretario de esa universidad del Zulia, incluso ya en funciones activas, para darle la razón en definitiva habría ganado la elección. Esto se traduce en un paso gigantesco en el adecentamiento de nuestra universidad del Zulia, en la cual ocurren presuntamente cosas y situaciones reñidas con la ley, con la moralidad, con la ética, con la justicia y con todos aquellos valores que hacen de la universidad in genere el espacio ideal para la discusión de las ideas, cualquiera que sea la naturaleza de estas.
Adiciono estas reflexiones que hace algún tiempo escribí y que se relacionan con la temática abordada en el presente artículo:
“Lo más fácil en una conversación es destruir la reputación, el honor y el patrimonio moral de una persona. Suele ocurrir en las diversas conversaciones que se plantean bien, cuando acudimos a alguna fiesta , a reuniones de tipo social, de tipo académico o de cualquier otra especie, Es decir somos muy ligeros en el momento de calificar, apreciar y valorar las conductas, actitudes y hechos de otras personas. No medimos la gravedad de lo que estamos haciendo ni de lo que le pueda ocurrir a esa persona de la cual estamos hablando o sometiendo al escarnio público. Ojalá fuésemos así para calificarlos en lo positivo, en lo meritorio, en lo favorable, lo agradable de las otras personas. Es más fácil destruir que construir. Esto desafortunadamente es una de las grandes verdades de nuestro tiempo. Por ello debemos ser muy cuidadosos cuando nos toque responder acerca de la conducta, la actitud, los valores, forma de conducir de nuestros amigos, de nuestros vecinos o de otras personas, Nuestro filamento lingual es muy rápido y veloz para la crítica artera y por el contrario es lento, pausado, llegando casi a la parálisis, cuando se trata de corroborar, acentuar, divulgar y refrendar el ejemplo, los valores, la ética, la justicia y la conducta paradigmática de nuestro prójimo. El honor de las personas es su patrimonio de mayor valor. Y así como no nos gusta que se refieran a nosotros utilizando epítetos, maledicencias, murmuraciones y que nos coloquen en el banquillo de los acusados y bajo el escrutinio recriminatorio de la sociedad, de esa misma manera debemos evitar arrojar la sombra de las dudas, de las falsas imputaciones, de lo falsos rumores y de las medias verdades sobre nuestro prójimo. Debemos pedirle al señor que mantenga nuestra lengua aletargada y adormecida cuando nos toque referirnos a los demás, lo mismo que conserve nuestra mente, racionalidad, espíritu y cuerpo, siempre en santidad, para no cometer errores de lo cuales tengamos que arrepentirnos después..” (Fuente: ARTÍCULO. “UTILIZAR UN DOBLE DISCURSO: ES EL CONSEJO DE LA PRESENTE SOCIEDAD DE HIPOCRITAS”. POR PROF. DR. MERVY ENRIQUE GONZÁLEZ FUENMAYOR.MARACAIBO-ESTADO ZULIA-VENEZUELA-AMÉRICA DEL SUR.REDACTADO Y PUBLICADO EN LA RED: MIERCOLES 16 DICIEMBRE 2009).
LA MALEDICENCIA ( Por José Ingenieros)
“Si se limitaran a vegetar, agobiados como cariátides bajo el peso de sus atributos, los hombres sin ideales escaparían a la reprobación y a la alabanza. Circunscritos a su órbita, serían tan respetables como los demás objetos que nos rodean. No hay culpa en nacer sin dotes excepcionales; no podría exigírseles que treparan las cuestas riscosas por donde ascienden los ingenios preclaros. Merecerían la indulgencia de los espíritus privilegiados, que no la rehúsan a los imbéciles inofensivos. Estos últimos, con ser más indigentes, pueden justificarse ante un optimismo risueño: zurdos en todo, rompen el tedio y hacen parecer la vida menos larga, divirtiendo a los ingeniosos y ayudándolos a andar el camino. Son buenos compañeros y depositan el., bazo durante la marcha: habría que agradecerles los servicios que prestan sin sospecharlo.
Los mediocres, lo mismo que los imbéciles, serían acreedores a esa amable tolerancia mientras se mantuvieran a la capa; cuando renuncian a imponer sus rutinas son sencillos ejemplares del rebaño humano, siempre dispuestos a ofrecer su lana a los pastores. Desgraciadamente, suelen olvidar su inferior jerarquía y pretenden tocar la zampoña, con la irrisoria pretensión de sus desafinamientos.
Tórnanse entonces peligrosos y nocivos. Detestan a los que no pueden igualar, como si con sólo existir los ofendieran. Sin alas para elevarse hasta ellos, deciden rebajarlos: la exigüidad del propio valimiento les induce a roer el mérito ajeno. Clavan sus dientes en toda reputación que les humilla, sin sospechar que nunca es más vil la conducta humana. Basta ese rasgo para distinguir al doméstico del digno, al ignorante del sabio, al hipócrita del virtuoso, al villano del gentilhombre.
Los lacayos pueden hozar en la fama; los hombres excelentes no saben envenenar la vida ajena.
Ninguna escena alegórica posee más honda elocuencia que el cuadro famoso de Sandro Botticelli. La calumnia invita a meditar con doloroso recogimiento; en toda la Galería de los Oficios parecen resonar las palabras que el artista no lo dudamos quiso poner en labios de la Verdad, para consuelo de la víctima: en su encono está la medida de su mérito... La Inocencia yace, en el centro del cuadro, acoquinada bajo el infame gesto de la Calumnia. La Envidia la precede; el Engaño y la Hipocresía la acompañan. Todas las pasiones viles y traidoras suman su esfuerzo implacable para el triunfo del mal. El Arrepentimiento mira de través hacia el opuesto extremo, donde está, como siempre sola y desnuda, la Verdad; contrastando con el salvaje ademán de sus enemigas, ella levanta su índice al cielo en una tranquila apelación a la justicia divina. Y mientras la víctima junta sus manos y las tiende hacia ella, en una súplica infinita y conmovedora, el juez Midas presta sus vastas orejas a la Ignorancia y la Sospecha.
En esta apasionada reconstrucción de un cuadro de Apeles, descrito por Luciano, parece adquirir dramáticas firmezas el suave pincel que desborda dulzuras en la Virgen del granado y el San Sebastián, invita al remordimiento con La abandonada, santifica la vida y el amor en la Alegría de la primavera y el Nacimiento de Venus.
Los mediocres, más inclinados a la hipocresía que al odio, prefieren la maledicencia sorda a la calumnia violenta. Sabiendo que ésta es criminal y arriesgada, optan por la primera, cuya infamia es subrepticia y sutil. La una es audaz; la otra cobarde. El calumniador desafía el castigo, se expone; el maldiciente lo esquiva. El uno se aparta de la mediocridad, es antisocial, tiene el valor de ser delincuente; el otro es cobarde y se encubre con la complicidad de sus iguales, manteniéndose en la penumbra.
Los maldicientes florecen doquiera: en los cenáculos, en los clubs, en las academias, en las familias, en las profesiones, acosando a todos los que perfilan alguna originalidad. Hablan a media voz, con recato, constantes en su afán de taladrar la dicha ajena, sombrando a puñados la semilla de todas las yerbas venenosas. La maledicencia es una serpiente que se insinúa en la conversación de los envilecidos; sus vértebras son nombres propios, articuladas por los verbos más equívocos del diccionario para arrastrar un cuerpo cuyas escamas son calificativas pavorosos.
Vierten la infamia en todas las copas transparentes, con serenidad de Borgias; las manos que la manejan parecen de prestidigitadores, diestras en la manera y amables en la forma. Una sonrisa, un levantar de espaldas, un fruncir la frente como subscribiendo a la posibilidad del mal, bastan para macular la probidad de un hombre o el honor de una mujer. El maldiciente, cobarde entre todos los envenenadores, está seguro de la impunidad; por eso es despreciable. No afirma, pero insinúa; llega hasta desmentir imputaciones que nadie hace, contando con la irresponsabilidad de hacerlas en esa forma. Miente con espontaneidad, como respira. Sabe seleccionar lo que converge a la detracción.
Dice distraídamente todo el mal de que no está seguro y calla con prudencia todo el bien que sabe. No respeta las virtudes íntimas ni los secretos del hogar, nada; inyecta la gota de ponzoña que asoma como una irrupción en sus labios irritados, hasta que por toda la boca, hecha una pústula, el interlocutor espera ver salir, en vez de lengua, un estilete.
Sin cobardía, no hay maledicencia. El que puede gritar cara a cara una injuria, el que denuncia a voces un vicio ajeno, el que acepta los riesgos de sus decires, no es un maldiciente. Para serlo es menester temblar ante la idea del castigo posible y cubrirse con las máscaras menos sospechosas. Los peores son los que maldicen elogiando: templan su aplauso con arremangadas reservas, más graves que las peores imputaciones. Tal bajeza en el pensar es una insidiosa manera de practicar el mal, de efectuar lo potencialmente. sin el valor de la acción rectilínea.
Si estos basiliscos parlantes poseen algún barniz de cultura, pretenden encubrir su infamia con el pabellón de la espiritualidad. Vana esperanza; están condenados a perseguir la gracia y tropezar con la perfidia. Su burla no es sonrisa, es mueca. El ejercicio puede tornarles fácil la malignidad zumbona, pero ella no se confunde con la ironía sagaz y justa. La ironía es la perfección del ingenio, una convergencia de intención y de sonrisa aguda en la oportunidad y justa en la medida; es un cronómetro, no anda mucho, sino con precisión. Eso lo ignora el mediocre. Lees más fácil ridiculizar una sublime acción que imitarla.
En las sobremesas subalternas su dicacidad urticante puede confundirse con la gracia, mientras le ampara la complicidad maldiciente; pero fáltale el aticismo sano del que todo perdona en fuerza de comprenderlo todo y esa inteligencia cristalina que permite descifrar la verdad en la entraña misma de las cosas que el vaivén mundano somete a nuestra experiencia. Esos oficios tienen malignidades perversas por su misma falta de hidalguía; disfrazan de mesurada condolencia el encono de su inferioridad humillada. Los calumniadores minúsculos son más terribles, como las fuerzas moleculares que nadie ve y carcomen los metales más nobles. Nada teme el maldiciente al sembrar sus añagazas de esterquilinio; sabe que tiene a su espalda un innumerable jabardillo de cómplices, regocijados cada vez que un espíritu omiso los confabula contra una estrella.
El escritor mediocre es peor por su estilo que por su moral. Rasguña tímidamente a los que envidia; en sus collonadas se nota la temperancia del miedo, como si le erizaran los peligros de la responsabilidad. Abunda entre los malos escritores, aunque no todos los mediocres consiguen serlo; muchos se limitan a ser terriblemente aburridos, acosándonos con volúmenes que podrían terminar en el primer párrafo. Sus páginas están embalumadas de lugares comunes, como los ejercicios de las guías políglotas. Describen dando tropiezos contra la realidad; son objetivos que operan y no retortas que destilan; se desesperan pensando que la calcomanía no figura entre las bellas artes. Si acometen la literatura, diríase que Vasco da Gama emprende el descubrimiento de todos los lugares comunes, sin vislumbrar el cabo de una buena esperanza; si chapalean la ciencia, su andar es de mula montañesa, deteniéndose a rumiar el pienso pastado medio siglo antes por sus predecesores. Esos fieles de la rapsodia y de la paráfrasis practican esa pudibunda modestia que es su mentira convencional; se admiran entre sí, como solidaridad de logia, execrando cualquier soplo de ciclón o revoloteo de águila. Palidecen ante el orgullo desdeñoso de los hombres cuyos ideales no sufren inflexiones; fingen no comprender esa virtud de santos y de sabios, supremo desprecio de todas las mentiras por ellos veneradas. El escritor mediocre, tímido y prudente, resulta inofensivo. Solamente la envidia puede encelarle; entonces prefiere hacerse crítico.
El mediocre parlante es peor por su moral que por su estilo; su lengua centuplícase en copiosidades acicaladas y las palabras ruedan sin la traba de la ulterioridad. La maledicencia oral tiene eficacias inmediatas, pavorosas. Está en todas partes, agrede en cualquier momento.
Cuando se reúnen espíritus pazguatos, para turnarse en decir pavadas sin interés para quien las oye, el terreno es propicio para que el más alevoso comience a maldecir de algún ilustre, rebajándolo hasta su propio nivel. La eficacia de la difamación arraiga en la complacencia tácita de quienes la escuchan, en la cobardía colectiva de cuantos pueden escucharla sin indignarse; moriría si ellos no le hicieran una atmósfera vital. Ése es su secreto. Semejante a la moneda falsa, es circulada sin escrúpulos por muchos que no tendrían el valor de acuñarla.
Las lenguas más acibaradas son las de aquellos que tienen menos autoridad moral, como enseña Moliere desde la primera escena deTartufo: "Ceut de qui la conduite offre le plus á vire., Sont toujours sur autri les prentiers a médire "
(Aquéllos en quienes la conducta se presta más a risa, son siempre, los primeros en hablar mal de los demás).
Diríase que empañan la reputación ajena para disminuir el contraste con la propia. Eso no excluye que existan casquivanos cuya culpa es inconsciente ; maldicen por ociosidad o por, diversión, sin sospechar donde conduce el camino en que se aventuran. Al contar una falta ajena ponen cierto amor propio en ser interesantes, aumentándola, adornándola, pasando insensiblemente de la verdad a la mentira, de la torpeza a la infamia, de la maledicencia a la calumnia. ¿Para qué evocar las palabras memorables de la comedia de Beaunlarchais? ”. (FUENTE:INGENIEROS José.El Hombre Mediocre.Caracas-Venezuela.Editorial Panapo.1993)
IMAGEN:MALEDICENCIA FORZOSA...
"SOLAMENTE LOS COBARDES O LOS VERDADERAMENTE INTELIGENTES SUELEN MALDECIR LAS ADVERSAS CIRCUNSTANCIAS".MEGF.(JUEVES 28 DE ENERO DE 2010).
Para citar este artículo: si se tratase del caso ejemplificado
GONZÁLEZ FUENMAYOR, Mervy Enrique .El Ejercicio del Principio Inquisitivo: ¿Ofrenda a la Ética o a la Justicia?. Maracaibo, Venezuela La Universidad del Zulia. 28-Enero-2009. Disponible en: http://www.inemegf.blogspot.com)
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